El Hombre lobo

Una tarde de 1588, en una aldea de las montañas francesas de Auvergne, un cazador fue atacado por un lobo enorme, al que logró cortar una pata que guardó en su morral. Regresó al castillo de Nicolás de Barrioux y, al intentar mostrarle la singular pieza, extrajo una mano que llevaba una sortija de oro. El noble, reconociéndola como perteneciente a su esposa, fue en su búsqueda y comprobó que su mano había sido amputada, obligándola a confesar que era ella quien, transformada en loba, atacó al cazador.
El marido no tuvo compasión. La entregó a la justicia y fue quemada públicamente en Riom…
Al menos, así lo cuenta el juez Henri Boguet, de quien Voltaire asegura que condenó a muerte a más de 600 licántropos y brujos.

 Este no es un caso aislado. La Francia del siglo XVI fue azotada por una auténtica epidemia de crímenes y canibalismos asociados a hombres-lobos, que alcanzó su punto culminante entre 1589 y 1610. Sólo en aquel país-epicentro del fenómeno- y en el espacio de 110 años, se registraron 30.000 casos de personas que aseguraban transformarse en animales, buena parte de los mismos fueron asados vivos, colgados o decapitados, acusados de asesinatos, antropofagia, brujería y de un crimen especialmente grave: comer carne humana el día viernes.
En plena psicosis brujeril, la licantropía (del griego lykos, lobo, y anthropos, hombre) fue considerada como una forma de posesión diabólica. Se organizaron auténticas batallas de caza de hombres-lobo, en las que participaban casi todos los habitantes de las aldeas. Y algunos de los médicos más notables del siglo compartieron con jueces, teólogos y autoridades la creencia de que los brujos podían adoptar formas animales para llevar a cabo sus fechorías.


Ahora bien, veamos las características que se atribuían a los hombres-lobo en los documentos y tradiciones que han llegado hasta nosotros: ¿Cómo reconocerlos bajo su aspecto humano?. Se aseguraba que tienen abundante vello en manos y pies, cejas cerradas y un dedo corazón muy largo. Por lo demás, los reconocimientos judiciales eran de lo más expeditivos: hacían introducir en resina hirviendo un dedo del acusado, siendo considerado inocente si resultaba intacto; o bien los desollaban parcialmente, convencidos de que descubrirían bajo la piel su pelambre lobuna.
Transformados en lobos, conservan su voz y sus ojos humanos, eluden astutamente a los cazadores pero tienen un carácter dócil y gustan compartir las presas con sus compañeros. Cuando recuperan su forma humana, conservan las mismas heridas que recibieron siendo lobos.
La pregunta ahora es: ¿cómo surge un hombre-lobo?. El que lo es voluntariamente -habitualmente un brujo- logra transformarse poniéndose brazaletes, cinturones o pieles completas de lobo; murmurando largos encantamientos; ingiriendo ciertas pociones alucinógenas; frotándose con un ungüento compuesto de “ciertas cosas de un sapo, una serpiente, un lobo, un zorro y sangre humana”; sumergiéndose o bebiendo en una fuente donde se bañen los lobos y compartiendo su comida o lecho…

Los hombres-lobo involuntarios pueden serlo por diversas causas: una maldición familiar que es heredada; por una suerte de posesión diabólica, siendo mordido por un hombre-lobo; comiendo medula de lobo o carne humana o haber nacido séptimo hijo varón consecutivo (para evitarlo debe ser apadrinado por el intendente de su ciudad natal. O por lo menos es lo que en mi país sucede).
Para que los hombres-lobo regresaran a su normalidad, en ocasiones bastaba que comieran los brotes del zarzal o el rosal, que besasen devotamente el atrio de un santuario, que recibiesen 3 cuchilladas en la frente o que perdieran 3 gotas de sangre; pero, sin lugar a dudas, lo mejor era acabar con su vida mediante una bala de plata consagrada o quemándolos vivos, para impedir su retorno como vampiros…
En el año 1604, un débil mental de 13 años llamado Jean Grenier, confesó haber recibido un ungüento mágico y una piel de lobo que permitía metamorfosearse por las noches y correr junto a sus compañeros de fechorías, asegurando haber devorado a más de 50 niños. Los médicos dictaminaron que padecía “la enfermedad de la imaginación llamada licantropía”, provocada por una posesión diabólica, decidiendo el juez recluirlo de por vida en un monasterio.
Su caso sentó jurisprudencia y, en adelante, los magistrados comenzaron a diferenciar a hombres-lobo de licántropos.

Otro caso bastante conocido fue el del gallego Manuel Blanco Romasanta, que inspiró la película “El bosque del lobo”. Este se comportaba como bestia y cometió al menos 9 asesinatos antropofágicos. En un sonado proceso celebrado en La Coruña en 1853, se le condenó al garrote vil, sentencia conmutada a prisión perpetua por Isabel II, tras oírse los interesantes informes de varios médicos.
Hoy, muchos casos medievales pueden explicarse por la porfiria congénita, enfermedad provocada por un gen recesivo que provoca, entre otros trastornos fisiológicos, fotosensibilidad que obliga al enfermo a vivir de noche, hipertricosis (o vellosidad exagerada), lesiones cartilaginosas y de médula ósea que le incitan a moverse en 4 patas y depósitos de porfirina que enrojecen los dientes y la orina, pudiendo dar la impresión de que bebiese sangre.
Si a todo esto le sumamos los abundantes casos de psicópatas sexuales, sádicos, necrófilos, antropófagos, exhibicionistas, etc, fascinados por las satisfacciones bestiales y sanguinarias que les ofrece el sufrimiento ajeno y la muerte, e incluso la engañosa y contagiosa rabia canina, transmitida por los lobos, que incita a morder a todo ser viviente, podremos explicarnos el comportamiento de muchos licántropos. Sin embargo, muchos de quienes han estudiado el fenómeno de las metamorfosis con objetividad están de acuerdo en que todos estos factores no logran explicar la totalidad del mismo.

En fin, el hombre-lobo y la mujer-pantera todavía esperan su Darwin o su Freud que les permitan entender la naturaleza de sus metamorfosis y crímenes.
Alberto Montt

Adieu!!.