El misterio de las cerámicas perfumadas de las monjas clarisas.


Por Dios le pido que me mande dos matecitos dorados de las monjas, de aquellos olorocitos: con el campo y la soledad me he entregado al vicio, y no hay modo que al tiempo de tomar mate, no me acuerde del gusto con que lo tomo en dichos matecitos. Encargue que vengan bien olorosos, para que les dure el olor bastante tiempo, y mientras les dure éste, les dura también el buen gusto; junto con los matecitos, mándeme media docena de bombillas de caña, que sean muy buenas y bonitas." (Don Diego Portales a su amigo Antonio Garfias, 1835).

En Chile hubo una época en que, para las fechas navideñas, había un regalo que figuraba entre los más cotizados: las cerámicas ornamentales perfumadas. En la mayoría de los casos eran recipientes o miniaturas de greda cocida, policromadas con esmaltes y con un delicioso e inconfundible aroma a flores y bálsamos que inundaban los ambientes (y en el caso de la vajilla también aportaban un toque de sabor a hierbas a los alimentos o bebidas).

Las fabricantes de estas piezas eran las Monjas de la Orden de Santa Clara, famosas también por su producción de dulces y confites, que se establecieron en Santiago en un solar de La Cañada (Alameda) donde se levantó su gran convento, cerca del Cerro Santa Lucía y frente al complejo de San Juan de Dios, en 1604.


La fabricación de la fina y delicada cerámica perfumada en los talleres de artesanías, puede haber comenzado hacia inicios del siglo XVII. Aparecen mencionadas por el cronista Diego de Rosales hacia 1670, en su conocido trabajo "Historia general del Reino de Chile. Flandes Indiano", al referirse a las exportaciones de productos chilenos hasta Perú:

"Además de esto se llevan al Perú grandísima cantidad de jarros y búcaros, de formas muy curiosas, muy delgados y olorosos, que pueden competir con búcaros de Portugal y de otras partes, tanto que sirven a la golosina de las mujeres, aunque los apetecen para la vista por su hermosura, los solicitan más para el apetito".


Las cerámicas solían producirlas en su reclusión durante todo el año y seguramente, en más de una ocasión, debieron trabajar a pedido, pues la demanda era muy alta, especialmente hacia fines del siglo XVIII. Para realizarlas utilizaban una mezcla de arcilla, arena fina y caolín. El perfume, que era descrito como semejante a "pétalos de rosas", provenía de sales o esencias que se agregaban a la mezcla de la arcilla o bien a los esmaltes usados en el policromado de las figuras. Ese olor brotaba especialmente en el caso de los cantaritos, tazas o mates que eran expuestos al calor del brasero para calentar su contenido.



Se ha creído a veces que el secreto de las clarisas era sólo el de cómo producir cerámicas aromáticas, aunque la arcilla y loza perfumadas han existido en otras latitudes. Sin embargo, el secreto incluía también el cómo se llegaba a esta calidad del producto y a aquél aroma en particular.

En España practicaron esta artesanía especialmente las mujeres de origen moro durante el dominio árabe, pasando así a las tradiciones hispanas y desde allí traído a Chile por las primeras tres o cuatro clarisas españolas.
El misterio que se atribuía en su época a las monjas era ya entonces, también, el cómo hacían para que el perfume de las piezas perdurara tanto tiempo sin desaparecer. Toda la técnica, además, era celosamente transmitida por monjas superiores a otras aprendices, y así la fórmula nunca salía de algunas pocas iniciadas dentro del claustro.
Al irse diluyendo y reduciendo el arte entre las clarisas de Santiago, comenzaron a proliferar varias artesanias que no llegaban ni a la sombra de aquellas viejas y exquisitas piezas originales. La última artesana original de figuras perfumadas que sobrevivía y seguía fabricando tales maravillas fue Sor María del Carmen de la Encarnación Jofré. Con su fallecimiento, sucedido el año 1898, Chile perdió quizás para siempre una de sus más bellas y especiales artesanías típicas, pues los conventos de monjas clarisas de La Florida, Puente Alto y Los Ángeles también se apartaron de su propia tradición dándole fin a estas maravillas cultivadas en el Monasterio de Santa Clara.

No todo esta perdido.

Sin embargo, esta técnica escondida la obtuvieron ciertas familias ajenas a la orden religiosa y la fueron transmitiendo por herencia a sus sucesores. Éste fue el caso de Sara Gutiérrez Jofré, quien proveyó a la sección de folklore de la Biblioteca Nacional algunos pintorescos trabajos de este estilo y clase, aunque con notorias diferencias respecto de las originales de las monjas claras, como el uso de muchos motivos antropomórficos e iconografía costumbrista.


En 1975 la Investigadora del Museo Histórico Nacional doña Vanya Roa Heresmann hizo públicos los resultados de una investigación titulada "Cerámica perfumada, monjas claras", en la que anunció el redescubrimiento de la fórmula química de la cerámica aromática y sus características esenciales, como la calidad de la arcilla utilizada por las clarisas. Llegó a estos resultados a partir del estudio de colecciones que encontró en Linares, y los conventos de monjas clarisas de Los Ángeles y de Puente Alto. De esta forma, retomaron de inmediato la producción artesanal de cerámica aromática, pero también resguardaron en absoluta reserva la formula, manteniendo así el misterio alquímico.

Escucho "The Worth Of The Waith" de Ivan & Aliosha. Siento la fragancia a pétalos de rosas que uso para aromatizar mi casa y me imagino lo maravilloso que habrá sido el aroma de esos objetos. ¿Perfume a santidad?, seguramente.

La cuarentena continúa.
Sigamos cuidándonos.
Cariños,
Agustina.









Fuentes:

Bichon, María (1947) Entorno a la cerámica de las monjas. Imprenta Universitaria, Santiago de Chile.
Museo Histórico Nacional. Colección cerámicas de las monjas de Santa Clara, ver en:  Artes Populares y Artesanías.
Lago, Tomás (1971) Arte Popular Chileno. Universitaria, Santiago de Chile.