Las hipótesis comunistas y nazis de los Pitufos

¿Hipótesis real, cuestión de Markéting u otra bomba literaria?. La polémica está servida tras la publicación en Francia de un libro en el que se analiza el organigrama y funcionamiento de la “sociedad pitufil”. Antoine Buéno, autor del ensayo, sostiene que los dibujos creados por Peyo en los años ‘50, fomentan el "arquetipo de una utopía totalitaria impregnada de estalinismo y nazismo".

Veamos. “El pequeño libro azul: Análisis crítico y político de la sociedad de Los Pitufos” (Le petit libre bleu: Analyse critique et politique de la société des Schtroumpfs -Ed. Hors Collection- que salió a la venta el 1 de junio en Francia), realiza un análisis minucioso de la comunidad comandada por Papá Pitufo.

Ahora bien, ¿qué clase de doctrina política domina la vida de estos seres azulados?, ¿por qué obedecen y respetan ciegamente a Papá Pitufo?, ¿por qué todos llevan un ultra revolucionario gorro frigio?, ¿y todas esas hoces y esos martillos que aparecen juntos todo el tiempo?.


Para el autor, Antoine Buéno, la pregunta no es tanto si en esta sociedad pituferil viven en koljós (granjas colectivas rusas) o gulag, sino si Don Papá Pitufo vendría a ser Karl Marx o aquel otro Papá, el de los Pueblos, Stalin.



Desde un principio, Antoine se encamina por esta segunda hipótesis, no sólo porque el anciano jefe ejerce el poder, sino por la existencia de otro personaje clave: Pitufo Filósofo, que “parece tener un grado de parentesco con León Trotsky, el mayor rival y el peor enemigo del dictador ruso”.

Los anteojos redondos, su personalidad contestataria, crítica e inconformista es la misma imagen que el estalinismo propagó del creador del Ejército Rojo desde los años ’30 hasta declararlo “enemigo del pueblo” y, por ende, mandarlo a mejor vida. De ahí que Pitufo Filósofo sea constantemente sopapeado y perseguido por sus iguales mientras trata de instruirlos con suma soberbia (debido a estas especulaciones, hay gente que asegura que la palabra “smurf” -Pitufo, en inglés- es el acrónimo de “Socialist Men Under Red Father” -Hombres socialistas bajo un padre rojo-).

Otra conclusión del estudio de Buéno determina que, al igual que el Tercer Reich, los pitufos son racistas pues no les gustan los negros (y, casualmente, el primer libro de la saga se llama “Los Pitufos negros”.

En esta tira, una mosca pica a un pitufo. Este se vuelve negro y empieza a comportarse como un salvaje: salta de un lado a otro mordiendo e infectando a sus semejantes mientras grita: “¡Ñac, Ñac!”. Una obviedad es decir que lo negro siempre es peligroso y degenerado).


También, y curiosamente, tienen como archi-enemigo a un personaje de origen judío, Gargamel, que más que brujo es un alquimista de baja estofa y totalmente obsesionado con hacer un puchero de criaturas azules (tal como el capitalismo siempre ha querido devorar al comunismo), pues son indispensables para fabricar la piedra filosofal que le permita convertir el plomo en oro (como muchos alquimistas judíos medievales).
Para el autor no hay ningún tipo de duda, la figura de Gargamel era un estereotipo judío: avaro, de nariz aguileña, encorvado, vestido con túnica negra, sucio. “Es el judío tal como lo representa la propaganda estalinista”. Por favor, no nos olvidemos que su gato se llama Azrael …

Es interesante agregar que el autor también señala que los pitufos evolucionan en un espacio “volkisch”, la estética folklórico populista de los nazis, y su tiempo es el del pasado mítico, mágico y romántico de una Edad Media ahistórica propia del género fantástico y del imaginario del nacional socialismo. El autor recuerda además que los pitufos son un spin-off de otra tira de Peyo, Johan y Pirluit, que ya le valió acusaciones de antisemitismo cuando en El País Maldito un personaje pequeño y narigón insulta a los pitufos en idish, cuando la convención es usar ideogramas, nubes o rayos.


Vade retro, Satanás. Muchos, pero muchos fans de los pitufos no están dispuestos a perdonar estas interpretaciones y le envían al autor, vía mail, todo tipo de insultos y hasta amenazas de muerte. Al principio le causaba gracia, pero a medida que el libro cobraba notoriedad la presión aumentaba y los nervios también. “Creo que hay seguramente una amalgama entre las polémicas moralizadoras sobre la prohibición de Tintín en el Congo, o incluso en otro registro con Lucky Luke y su cigarrillo”, comentó. “La gente no quiere creer que sólo me entregué a un ejercicio intelectual escolar que no denuncia ni delata. También tiene que ver con el hecho de que está muy ligado a lo afectivo del tema: todo lo que tiene que ver con la infancia tiene algo de sagrado, es como si me gritaran “no te metas con mis magdalenas, Proust”.

En fin. Como dije anteriormente, la polémica está servida.

Adieu!