
Durante siglos el honor y la honra han sido causa justificada de muchos duelos. Los lances de honor han lavado con sangre ofensas y zanjado diferencias, pero también han sido un procedimiento ilícito, aunque tolerado, de tomarse la justicia por mano propia.

Extremadamente pálido y con la expresión desencajada, el 27 de enero de 1837 Alejandro Pushkin atravesaba las desiertas calles de San Petersburgo. Al llegar al lugar pactado, a las afueras de la silenciosa ciudad, su adversario ya lo estaba esperando. Apenas comenzó el duelo, la primera bala del arma contraria alcanzó el pecho de Pushkin. El poeta moría 48 horas después sumido en fuertes dolores y sangrando a borbotones. Alejandro Pushkin era considerado el escritor nacional ruso por excelencia pues nadie mejor que él había sabido comprender, interpretar y expresar el espíritu de su pueblo.

¿Qué indujo al poeta para verse arrastrado a aquel descabellado duelo?. Se dice que un problema de celos provocados por la actitud excesivamente galante hacia su mujer del Barón Georges d´Anthès, un realista francés asiduo de los salones de la sociedad. Sin embargo, sus amigos íntimos aseguraron que en el trasfondo se escondía una intriga política astutamente urdida por los círculos cortesanos, incapaces de comprender el genio de un poeta abierto a las “sospechosas” ideas de su tiempo. Aunque el zar Nicolás I intentó resarcir a su viuda con una renta anual de 11.000 rublos y la edición de sus obras completas, entre la rancia nobleza reinaba la complacencia: habían callado para siempre a un poeta “non grato”.