Museo del inodoro

Para muchos, es uno de los inventos más solemnes del mundo. Para otros, es el objeto más imprescindible creado por el hombre, muy por encima del auto, la televisión o la computadora. Sin embargo, no suele aparecer en la lista de los inventos más importantes (tal vez porque está asociado a una acción que preferimos mantener al margen de las conversaciones, o incluso hacer como si no existiera). Lo que sí es seguro es que se trata de una de las primeras invenciones de la historia y que su formato rudimentario (un asiento con orificio, cisterna y desagüe) no ha cambiado mucho desde los sumerios hasta la actualidad.

En fin, símbolo de higiene y progreso, a continuación la historia del inodoro.


Puede decirse que la evolución de la higiene ha sido paralela al desarrollo de la civilización y que cuanto más avanzada es una sociedad, más limpia es. Mientras el hombre fue nómade, el campo abierto era el lugar adonde podía recurrir en cualquier momento. En cuanto se volvió sedentario y construyó complejas civilizaciones, tuvo que proyectar un sistema más apropiado.

Para los griegos, la limpieza y la higiene eran preocupaciones importantes y reflejaban su nivel de vida y civilización.
Los romanos del siglo II a.C. empezaron a instalar una red de canalización que cruzaba toda la ciudad de Roma. A ella se conectaban las mansiones de los patricios romanos, y el agua de los acueductos arrastraba fuera de la ciudad prácticamente todos los excrementos.

Pero lo que hoy nos puede sorprender es el hecho de que para los antiguos romanos la acción de evacuar no era un hecho tan vergonzoso, puesto que lo convirtieron en un acto social. Los evacuatorios fueron enormes recintos que se fueron transformando en lugar de encuentro de la alta sociedad romana. Hombres y mujeres se reunían sentados en asientos cómodos y decorados lujosamente que invitaban al relajo y a la tertulia. Los reunidos conversaban de los últimos acontecimientos ciudadanos mientras corría bajo ellos el agua que arrastraba todo lo que, a su entender, “pertenecía a los dioses” (mejor dicho, a la diosa Venus Cloacina, patrona de las cloacas, canales de desagüe y letrinas).

La historia nos has dejado un testimonio de cómo el emperador Vespasiano fue especialmente sensible a este tema. Su talento como hombre de negocios –como así también de estadista- lo llevó a comercializar la orina y venderla a las lavanderías como materia prima de productos de limpieza. Hoy no podemos imaginar –a no ser por los elementos amoniacales de la orina- como la podrían emplear a modo de detergente o quitamanchas. Bien fuera broma de maliciosos o verdad histórica, lo cierto es que se dice que el hijo de Vespasiano recriminó este comercio a su augusto padre, y éste le contestó con el célebre “non olet” –no huele- “pecunia non olet” –el dinero nunca huele mal- , una frase que muchos han seguido al pie de la letra hasta nuestros días.

inodoro capitalista
En la Edad Media hubo un retroceso respecto a la higiene lograda en la Antigüedad. Salvo los aristócratas y los burgueses adinerados nadie podía permitirse el lujo de tener en sus casas recintos especialmente dedicados a su aseo más intimo. Durante siglos, los orinales se volcaban a la calle, a veces sin previo aviso y otras al grito de “aaaagua va”. De hecho, hace sólo 200 años que las cloacas, los canales de alcantarillado y el agua corriente llegan a los domicilios particulares.

En la Edad Moderna las aguas vuelven a su cauce. Leonardo Da Vinci es padre de una invención que se puede considerar, hasta cierto punto, reinvención de los sistemas antiguos: la canalización hasta el río más próximo. Pero el pueblo seguía vertiendo sus orinales en la calle. La ciudad de Edimburgo aconsejaba a sus vecinos que en sus paseos nocturnos los acompañase un emisario voceador. Este los salvaba de que les lloviera agua desde el cielo.

No es extraño que el Renacimiento, época de tanta creatividad, estuviera a punto de resolver el problema de los inodoros de forma definitiva. A fines del XVI el poeta John Harrington (ahijado de la reina Isabel I), ideó un dispositivo que libraba agua quitando un tapón. El invento no resultó práctico porque los fabricantes no lograban hacer tapones de larga duración, y a la hora de la verdad el agua corría continuamente y los expertos temieron que aquello llevaría el país a la sequía. Por tal motivo, quien hallara la solución sería el verdadero inventor del inodoro moderno. Dicho y hecho, en el año 1884 Thomas Crapper dio en la tecla pues inventó el “flotante”, un dispositivo que cierra automáticamente el flujo de agua una vez que el tanque está lleno. Versiones de la válvula flotante de Crapper todavía hoy están en uso.

Un dato curioso: en EEUU “crapper” significa baño o retrete (por tal motivo, decir “I´m going to the crapper” significaría, literalmente, “voy al cagadero”). Ahora bien, la incógnita sería si “crap” (excremento) deriva del nombre de Thomas Crapper. Según se dice, la palabra pudo ser llevada por las tropas norteamericanas que sirvieron en Inglaterra durante la Primera Guerra Mundial. Allí habrían visto los  artefactos Crapper y acuñaron el argot, que significó, por quellos tiempos, un sinónimo de baño.

En fin, ya pasaron los tiempos gloriosos del inodoro, cuando en la corte de Luis XIV el rey recibía sentado en su “trono” –sí, en ese trono- a la plebe.

Hoy es un objeto de diseño, de alta tecnología o incluso artístico, que aparece en los escenarios teatrales y en el cine. En la película “El fantasma de la libertad”, de Luis Buñuel, los miembros de una familia se sentaban alrededor de la mesa, cada uno en su inodoro, y compartían con toda naturalidad ese momento tan íntimo; por el contrario, para comer, cada uno se encerraba en su cuarto a devorar un muslo de pollo. Era el mundo al revés bajo la mirada del genial cineasta español.

"El fantasma de la libertad" de Luis Buñel (1974)

Si quieren conocer aún más sobre la historia del inodoro, pueden visitar, en Nueva Delhi, el Museum of Toilets. Este museo muestra el más variado arte del excusado de todos los tiempos y culturas.
La iniciativa del museo se debe a Bindeswar Pathk, un ambientalista que quiere concientizar a la población de la importancia del inodoro en la salud de todos, pues, paradójicamente, en la India, dónde la higiene constituye un grave problema social, faltan inodoros: millones de personas evacuan al aire libre. Por tal motivo, los hindúes están muy expuestos a las epidemias.
Pathak es, asimismo, el fundador y coordinador de Sulabh, una organización que ha desarrollado y construido en el país un millón de unidades de pozos de doble absorción con inodoros de bajo costo, además de 5.500 baños públicos. La tecnología Sulabh ha librado a unos 40.000 limpiadores de la degradante práctica de recoger y cargar con los excrementos humanos en grandes bandejas de metal. Y es que, aún hoy, 600.000 personas conocidas como “dalit”, se ganan el sustento de ese modo.

Un museo ejemplar que, Dios y billete de por medio, me encantaría visitar!.

Adieu!.