El dueño de la Luna

En 1954, un ciudadano chileno se declaró propietario de nuestro satélite natural. Quería crear un mundo más justo. Crease o no, hasta el mismísimo Richard Nixon le pidió permiso para el primer alunizaje norteamericano.

No hay duda que la primera reacción es una sonrisa irónica: ¿la Luna tiene dueño?. Pero, aunque parezca poco creíble, es cierto. Su propietario fue el chileno Jenaro Gajardo Vera, un abogado, poeta, pintor y también violinista apasionado que vivió en el balneario Rocas de Santo Domingo, a 130 km de Santiago.

He aquí la historia de Don Gajardo, el abogado que un día se presentó ante un escribano y le dijo: "Vengo a inscribir la Luna como mi propiedad".


 Desde 1868, existe en la Región del Maule el Club Talca. Allí concurrían los distintos miembros de la ya alicaída aristocracia talquina. Los Donoso, Cruz, Silva y Concha eran los apellidos que resonaban entre los socios.
Don Jenaro Gajardo intentó ser miembro del privativo Club. Una noche de septiembre de 1954 fue invitado a una cena. Se le dijo que como tenía título profesional podía ser admitido como miembro, pero uno de los comensales (socio del exclusivo club) se opuso a su afiliación pues antes debía acreditar, por lo menos, un bien raíz.

“Cuando salí de la sesión – recordó Gajardo – me fui caminando hasta la Plaza. Me molestó que se diese tanta importancia a las cosas materiales”.
Fue en ese momento cuando alzó la vista y vio al resplandeciente satélite. No tardó mucho en cavilar su iniciativa: sería el dueño de la luna.

En septiembre de 1954 Jenaro se presentó ante el escribano del Departamento de Bienes Raíces de la ciudad de Talca con un documento donde se declaraba así mismo dueño del satélite “desde antes de 1857” (fórmula usada en la época para sanear terrenos sin título de dominio). El escribano levantó la vista, lo miró un largo rato en silencio y después le dijo:

“Don Gajardo, usted tiene razón, la Luna tiene dimensiones, deslindes, no tiene dueño y nada impide que lo tenga. Si usted publica un aviso durante 3 días en el Boletín Oficial y nadie se opone, la Luna es suya. Pero lo van a tildar de loco”.
“No importa”, dijo Jenaro.

La mítica escritura reza lo siguiente:

“Jenaro Gajardo Vera, abogado, es dueño, desde antes del año 1857, uniendo su posesión a la de sus antecesores, del astro, satélite único de la Tierra, de un diámetro de 3.475.00 kilómetros, denominada LUNA, y cuyos deslindes por ser esferoidal son: Norte, Sur, Oriente y Poniente, espacio sideral. Fija su domicilio en calle 1 oriente 1270 y su estado civil es soltero. Jenaro Gajardo Vera. Carné 1.487.45-K Ñuñoa.Talca, 25 de Septiembre de 1954. (Archivo Jaime González Colville).

Fotocopía de la escritura.

Con el título en sus manos, regresó al Club Talca. Hubo sonrisas, y muchas caras de sorpresa, asombro y desconcierto. Pero finalmente lo había conseguido: fue aceptado como socio.
La noticia comenzó a circular por los distintos diarios de todo el mundo. Mario Kreutzberger leyó la noticia y lo invitó a “Sábados Gigantes”. Con su carácter socarrón, el animador le dijo que mucha gente lo consideraba “rayado” por aquella propiedad lunar. A lo que Gajardo le respondió:

“Le voy a contar por qué inscribí la Luna. Mi ideal era crear un mundo mejor, no me gusta la gente de la Tierra, está llena de envidias, rencores, odios. No hemos podido suprimir las guerras, hay tanta violencia. Por eso, un día miré hacia la Luna y me ilusioné como un niño. Me imaginé la posibilidad de crear allá arriba un ámbito nuevo, con gente buena, capaz de amar, de crear un mundo digno y justo…”. Cierta vez, cuando Jenaro visitaba Buenos Aires, una joven pareja le pidió permiso para pasar la luna de miel en el satélite. Les dijo que sí por 3 motivos: porque eran jóvenes, porque se amaban y porque no habían perdido la posibilidad de soñar…

Pero no todo fue color de rosas para Don Gajardo pues la idea de que la Luna tuviera dueño tuvo bastante rechazo entre los poetas. Un joven escritor chileno desató la polémica al enviar una carta pública a Jenaro donde le decía que “Usted puede tener todos los títulos de propiedad que quiera, pero en justicia la Luna es de todos los poetas del mundo”. La respuesta, más propia de poeta que de terrateniente, fue que “El día que los jóvenes y los poetas dejen de rebelarse, la humanidad estará perdida. Yo no quise apropiarme de la Luna con fines egoístas, de lucro. Fue sólo la realización de un sueño infantil que me acompañó toda la vida”.

Una vez, los inspectores de impuestos visitaron al insólito propietario. Habían descubierto que nunca había declarado el satélite y que, por lo tanto, se había convertido en el primer evasor cósmico. La respuesta de Don Gajardo fue que si querían cobrarle impuestos él no tenía ningún tipo de inconvenientes. “Vayan hasta mi propiedad, mídanla, tásenla, hagan números y después me dicen. Si quieren, los acompañó”. Desde luego los inspectores no insistieron más.

Pero el mayor orgullo del ex abogado fue en el año 1969 cuando el mismísimo Presidente de los EEUU, Richard Nixon, le pidiera permiso para que los astronautas Edwin Aldrin, Michael Collins y Neil Armstrong pudiesen descender del Apolo XI a la luna. El comunicado rezaba lo siguiente:

"Solicito en nombre del pueblo de los Estados Unidos autorización para el descenso de los astronautas Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que le pertenece". Richard Nixon, 1969.

A lo que Don Gajardo respondió lo siguiente:

"En nombre de Jefferson, de Washington y del gran poeta Walt Whitman, autorizo el descenso de Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que me pertenece, y lo que más me interesa no es sólo un feliz descenso de los astronautas, de esos valientes, sino también un feliz regreso a su patria. Gracias, señor Presidente".

A pesar de la satisfacción, Jenaro dijo después que estaba bastante enojado pues nunca más lo consultaron, ni la NASA ni los soviéticos. “A todos les inicié demandas, porque no tienen derecho a invadir mi propiedad”, rezongaba.

Por último, cabe destacar que el tema de la Luna y Don Gajardo sentó jurisprudencia en materia de propiedad espacial. Una vez, el entonces Ministro de la Corte Suprema Rubén Galecio Gómez le dijo: “Bueno, si tú inscribiste la luna, yo puede hacer lo mismo con el planeta Marte”.
Gajardo respondió enérgicamente: “No puedes, por cuanto el Derecho Civil impide reclamar propiedad sobre un bien que no pertenece a la Tierra, como es el caso de Marte”.

En 1998, poco antes de fallecer, Don Gajardo extendió su testamento en la Notaría de Ramón Galecio, en Santiago. Al referirse a sus bienes, expresó: “Dejó a mi pueblo la Luna, llena de amor por sus penas”.

En fin, esa bella y misteriosa esfera de plata que ha iluminado a miles y miles de enamorados y que ha sido la musa inspiradora de los hombres de corazones románticos, tuvo dueño, y su nombre fue Don Jenaro Gajardo Vera.

Adieu!.