Juana la loca

Era hermosa y culta, pero fue juguete de oscuros y múltiples intereses políticos. Pudo ser la reina de España y, sin embargo, pasó a la historia como Juana la Loca. Tras permanecer 46 años encerrada en Tordesillas, murió sin haber conocido la felicidad. El amor perturbó su vida y los celos la aniquilaron.

Hija de reyes, nuera y madre de emperadores, la larga vida de Juana I de Castilla fue pura desdicha.De personalidad insegura y carácter inestable, la adoración que sintió hacia su hermoso marido, el archiduque Felipe, terminó por convertirse en una terrible obsesión.
No es extraño que la historia de esta atormentada mujer, viuda y abandonada, sea tema recurrente de películas, novelas y piezas teatrales.

Hace aproximadamente 500 años, el escenario político de Europa era un rompecabezas. Maximiliano de Habsburgo, emperador austríaco, aspiraba a una especie de monarquía mundial. El papa Alejandro VI, que pertenecía a la familia española de los Borgia, proclamaba la cruzada contra los turcos. Gran Bretaña estaba enredada en guerras civiles, y el rey de Francia estaba empeñado en conquistar Italia, lo que lo mantenía en estado de discordia con España, unificada tras el casamiento de Isabel de Castilla con Fernando de Aragón, y la toma de Granada.
Al Imperio austríaco le interesaba España, y a España, el Imperio como garantía contra Francia. La alianza se selló por partida doble: un hijo y una hija de Maximiliano- Felipe y Margarita- se casaron respectivamente con Juana y Juan, hijos de los reyes católicos.

La unión de Juana con el bello Felipe resultó beneficiosa. La infanta española hablaba muy bien latín y francés, y además tocaba varios instrumentos musicales. Era hermosa, radiante y sensual, y fue enviada a Flandes con 16 años. Allí conoció a Felipe, de 18, que pasaría a la historia con el sobrenombre de “el hermoso” (las crónicas insisten en que Felipe era un hombre agraciado: alto, rubio y bien formado, tenía la tez clara y los ojos grandes, de mirada intensa. Sus manos eran estilizadas y llamaba la atención la perfección de sus uñas. Sus únicos defectos eran una dentadura llena de caries y cierta tendencia a que se le dislocara la rodilla, lo que contrarrestaba con un ágil movimiento. Dicen que fue un amante excepcional e insaciable).

Cuando Juana y Felipe se encontraron estalló entre ambos el deseo: los jóvenes no pudieron esperar los 2 días que faltaban para la ceremonia oficial. Mandaron a buscar a un sacerdote, se casaron y consumaron su boda la misma tarde del día que se habían conocido…

Para Juana, el cambio de vida fue drástico. De vivir como infanta en la ceremoniosa corte de sus padres, pasó a hacerlo como soberana de un país más abierto, relajado y permisivo, donde eran habituales los banquetes y las fiestas.

Una vez consumidos los primeros fuegos conyugales, Juana descubrió que su hermosísimo Felipe no era ajeno a infidelidades, y allí fue cuando comenzó todo su calvario. Se sintió humillada, ofendida, ultrajada y alimentó el demonio de los celos. Su inestabilidad se intensificó y empezó a dar muestras de desequilibrio. Luego, comenzó a tener hijos para tratar de recuperar a su marido. Tuvo una niña en 1498, y en el invierno de 1500 se sintió descompuesta en medio de un baile que se celebraba en Gante, fue al baño…y dio a luz un niño, que sería el futuro emperador Carlos.Ese mismo año, una serie de cataclismos dinásticos convirtieron a Juana en heredera de la monarquía española.

Luego del nacimiento de su tercer hijo, una niña, la pareja viajó a España para recibir el juramento de las Cortes. Allí los esperaban Fernando e Isabel, que causaron una pobre impresión en Felipe. Los cronistas resaltaron la diferencia entre los atuendos de los monarcas españoles, vestidos de humilde lana, y los de Felipe y Juana, cubiertos de bronce y encaje. Felipe detestaba España y a los españoles. Recibido los juramentos, Felipe se dispuso regresar a Flandes. Dejó a Juana, otra vez embarazada, al cuidado de sus padres. Durante el embarazo permaneció en una especie de autismo, con la mirada perdida. Cuando salía de ese estado, el palacio retumbaba con gritos, llantos y lamentos, que terminaban en crisis nerviosas y desmayos. En marzo dio a luz a Fernando, y finalmente pudo regresar al lado de Felipe en el año1504.

La vida de Juana se componía de reiterados escándalos, fundamentados, ante la corte y su marido. Felipe puso en conocimiento de los Reyes Católicos la conducta de su mujer. Isabel se convenció de la incapacidad de su hija y, aunque la nombró heredera del trono de Castilla, dispuso que si no estaba en sus cabales, Felipe ejerciera la regencia hasta que el príncipe Carlos llegase a la edad para gobernar. Cuando Isabel la Católica murió, Fernando, padre de Juana, acogiéndose a la última voluntad de Isabel, la proclamó reina de Castilla, pero Felipe no quiso perder poder y en la “Concordia de Salamanca” se acordó el gobierno conjunto de Felipe, Fernando y Juana. Juana se retiró temporalmente a la corte de Bruselas para dar a luz a su quinto hijo. Pronto, las malas relaciones entre el yerno y el suegro se hicieron cada vez más evidentes. Fernando se retiró de Aragón y Felipe logró su objetivo, fue proclamado rey de Castilla.
En 1506, Felipe jugaba un partido de pelota en Burgos, y luego de beber un vaso de agua fría cayó enfermo. Le aparecieron manchas negras por todo el cuerpo y, al séptimo día de fiebre, falleció sin que los médicos pudieran hacer nada.
Sobre su muerte han corrido ríos de tinta. La palabra ¡veneno! circuló por las cortes europeas. Hay quien sugiere que fue la propia Juana quien lo hizo...

Con la muerte de Felipe, la conducta de Juana, que sólo tenía 26 años, se hizo cada vez más “extraña” (¿“extraña” es la palabra adecuada para referirnos al comportamiento de una mujer atormentada por la muerte de su marido...?). Durante 2 años y medio Juana no se despegó ni un solo instante del féretro de Felipe. Los nobles “obligados” a seguir a la reina, se quejaban de perder el tiempo en esa “locura” en lugar de ocuparse como debieran de sus tierras. Su padre decidió recluirla en el Castillo de Tordesillas. Felipe fue embalsamado y se instaló su ataud en la iglesia que estaba frente al castillo para que Juana pudiera verlo (las vísceras de Felipe fueron quemadas, a excepción del corazón, que se envió a Flandes en un vaso de oro).

Juana vivió 46 años más, sin salir jamás de su encierro. Su padre murió sin que a ella le dijeran nada, a su hija Catalina se la quitaron haciendo un agujero en la pared de su cuarto y su hijo Carlos, beneficiándose de la incapacidad de Juana y aprovechándose de la legitimidad que tenía su madre como heredera de los Reyes Católicos en Castilla y en Aragón, se añadió él mismo los títulos reales que le correspondían a su madre y se convirtió en el hombre más poderoso del mundo.

Los últimos años de Juana transcurrieron en el abandono más absoluto, y hasta fue maltratada física y psicológicamente por sus servidores. Todo ello demuestra que su confinamiento era, desde ya, una cuestión de Estado, y así lo vieron muchos, como Carlos I, su hijo. Si Juana no gobernaba era por incapacidad mental. Pero si se empezaba a rumorear que la reina no estaba loca, los adversarios del nuevo rey afirmarían que era un usurpador…

Por fin, a las 7 de la mañana del Viernes Santo de 1555, la reina Juana, entregó su alma. Había cumplido 75 años, ni siquiera uno fue de felicidad.

Adieu.

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