El efecto simbólico de las ventanas

¿Se dieron cuenta ustedes de que el precio de un departamento varia, y mucho, según la cantidad de luz que entre en él?. Esto que digo es para que nos demos cuenta, de alguna manera, de la importancia –en este caso, económica- que puede tener una simple ventana.

Por varias generaciones nos han acompañado y, sin embargo, no solemos prestarles mucha atención. Las abrimos, las cerramos y, no muy seguido, las limpiamos. Eso es todo.

Incluso, cuando las miramos no las vemos, pues generalmente dirigimos la vista a las hermosas cortinas que nos regalaron, a los stickers, adornos galácticos fluorescentes o manchas que tienen sus vidrios. Y, aún así, las ventanas no sólo están ahí, sino que se nos han hecho imprescindibles para la vida misma.

Están por todas partes y tienen personalidad propia. Su diversidad de formas lo deja bien claro: cuando las vemos dispuestas por centenares en algún inmenso edificio de oficinas nos sugiere la ostentosidad y el poderío económico que ejercen sus dueños.
Pero una ventana más modesta en una casita humilde nos da la idea del carácter y modo de vida de sus habitantes…


Estos ejemplos nos muestran de que tanto la ventana como su forma o disposición poseen un lenguaje simbólico, cuyos signos descubren muchos aspectos de las personas que habitan tras ellas.

También hay costumbres ligadas a las ventanas: en Holanda y algunas regiones de EEUU con fuertes tradiciones religiosas, poner cortinas está mal visto; un buen cristiano no tiene nada que ocultar, y por lo tanto no debe importarle que lo que ocurre en su casa pueda ser visto de afuera.

Nuestros antepasados de la Edad de Piedra encontraron en las cavernas un resguardo del frio, del calor, de las fieras y/o de los ataques de tribus rivales. Sin embargo vieron que necesitaban en ellas algún tipo de hueco que dejara entrar el aire y la luz y pudiera absorber el humo de las fogatas. Algunos restos hallados de la época delatan que en ese entonces ya se tenía una vaga idea de la ventana, es decir, un estrechísimo orificio en el muro.

Esa tendencia a construir ventanas en forma de aberturas estrechas continuó en Egipto, la Mesopotamia y Persia, en parte debido a las elevadas temperaturas de estos países, y en parte también por motivos de seguridad.
Sin embargo, las ventanas pronto comenzaron a agrandarse y esto se debió a que con la edificación de grandes ciudades, el hombre se sentía más libre y se enfrentaba a su entorno con más audacia. También aumentó el deseo de descubrir, conquistar y curiosear.

El elemento más característico de una ventana llegaría un poco más tarde. Los patricios adinerados de finales del Imperio Romano ya pudieron decorar sus mansiones utilizando el acristalamiento en los ventanales, formado por pequeños cristales de vidrio colado, de color verde lechoso. Este vidrio era muy apreciado no por tener la propiedad de dejar pasar la luz, pues esto también lo conseguían otros materiales, sino porque permitía el contacto visual con lo que hubiera más allá de él. Y este deseo de ver la mayor cantidad posible de cosas parece haber sido uno de los anhelos más ancestrales y primarios de la humanidad. Ya durante la cultura goda (siglo V y VI a.C), en la que desconocían la existencia de la ventana como tal, existía, sin embargo, la palabra augadauro (“puerta para los ojos”), acepción que también encontramos en la lengua anglosajona con el vocablo eagthyrl, que significa “ojo del aire”, y que daría paso, en el inglés actual, a la palabra window. Por otro lado, fenster y fenêtre significan, respectivamente, ventana en alemán y francés, y las 2 vienen de la latina fenestra, que a su vez procede del concepto antiguo griego phaino, que significa “¡Haz visible!”.

De todos modos, con o sin vidrio, la ventana siempre ha tenido un especial efecto simbólico: El Libro de los Muertos egipcio habla de una abertura en forma de ventana custodiada por Horus, el dios con cabeza de halcón, y los textos bíblicos dicen que, durante un encuentro con sus seguidores, Cristo trazó en el aire la señal de la cruz. Esta cruz fue interpretada por los primeros cristianos como una especie de escalera de luz por la cual un pecador podía subir al cielo. Y esta señal de la cruz aparece por todas partes en las ventanas de las iglesias y catedrales.

En el siglo XIX hay una entrega absoluta a verdaderas orgías de ventanas, arquitectónicamente hablando, claro está. Un ejemplo: el arquitecto escocés John Paxton, al construir el Palacio de Cristal de Londres, inaugurado en la Gran Exposición de 1851, utilizó más de 80.000 cristalitos (equivalente a un tercio de la producción anual de la industria inglesa) para cubrir una superficie de 84.000 metros cuadrados. Sin embargo, debido a la brillante luz que el conocimiento científico trajo a la humanidad, las personas comenzaron a tener nuevos temores: al infinito, a lo desconocido, al más allá. El hombre volvió a refugiarse en el tenebroso interior de sus viviendas repletas de muebles y tupidos cortinajes que escondían sus ventanas. ¿De qué se refugiaban? no se sabe con seguridad, pero aquella disposición era el equilibrio entre los deseos de recogimiento y los de libertad casi ilimitada. Quizás, sólo quizás, las personas debían habitar en su propio mundo de cuento terrorífico…

En fin, la evolución de la ventana siguió adelante. “Viva, viva, viva y mil veces viva nuestro imperio de la no violencia!, ¡ Viva lo transparente!, ¡Lo claro!”, así gritaba el arquitecto Bruno Taut, y sus palabras fueron traducidas en la opulenta arquitectura de cristal, creada por los grandes maestros de la época, leyendas vivientes como Mies van der Rohe y Le Corbusier. Muchas edificaciones eran verdaderos sueños llevados al mundo real y no cabe duda que tan brillantes construcciones simbolizaron el inconsciente de una sociedad, de una generación que acababa de salir del desastre de la Primera Guerra Mundial y se rebelaba contra la lúgubre e insípida monotonía de océanos de casas que eran las grandes metrópolis. Sin embargo, más tarde la cosa volvió a cambiar. Surgieron manifestaciones y conflictos y curiosamente el primer blanco al que dirigían sus piedras eran siempre los cristales de las ventanas.

En nuestra época vivimos en un período eminentemente práctico en todos los aspectos de la vida. La tecnología ha conseguido avances en el mundo de la ventana que nos surten de cristales que cumplen todos los requisitos de los tiempos que corren: las ventanas actuales pueden dejar entrar más luz, hacer disminuir el calor, el frío, y aislar o reducir el ruido del exterior.

En fin, más chicas, más grandes, decoradas o no, las ventanas nos seguirán acompañando en todos los lugares que residamos. Las necesitamos...

Y sí, algo tan simple como una ventana, cualquiera de las que haya en nuestras casas, tiene su historia. Y no nos damos cuenta. Parecen estar condenadas a que miremos siempre a través de ellas.


Adieu!.

Para seguir leyendo:
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