Harbin, la ciudad de hielo

El río Shongua se mantiene helado durante 6 meses al año. Lo cierto es que en las gélidas tierras del nordeste de China no le queda otro remedio. El inclemente y estéril invierno azota la región de Heilongjang (el Dragón Negro) y la obliga a pasar largas y duras noches a menos de 30 grados bajo cero. Ahora bien, ¿qué hacen los habitantes de la ciudad de Harbin sacando enormes bloques de hielo de las heladas aguas?, ¿qué buscan en el entumecido lecho del Shongua?. Sencillamente, lo están reviviendo, porque, gracias a ellos, el río se convertirá, un año más, en materia prima de un extraordinario espectáculo de arte, luz, color e imaginación.

Cada invierno a partir de enero, Harbin, la capital de la provincia más septentrional de China, realiza el Festival de los Palacios de Hielo, en el cual distintos arquitectos y escultores, venidos de todas partes del mundo, colaboran con los participantes para transformar la céntrica plaza de Zhaolin en el escenario de un cuento de hadas. Sobre ella se levantan majestuosas mansiones, esculturas de valor incalculable y palacios dignos de mandarines construidos con un material tan difícil de moldear como perecedero: el hielo.


El trabajo comienza, sin embargo, un poco antes. En diciembre, obreros de la construcción, campesinos, voluntarios y curiosos se entregan a la ardua tarea de extraer del río Shongua los enormes bloques de hielo que servirán de inspiración a los artistas que participen en el festival. Durante las 3 semanas siguientes, las entendidas y expertas manos de los concursantes cortarán, ajustarán, pulirán y esculpirán a gusto e piacere el agua petrificada como si se tratara de madera, barro, arcilla o plastilina. Los más arriesgados han inventado, incluso, sus propios soldados de hielo, consistentes en grandes vasijas de agua caliente que derriten las aristas y unen sólidamente unos bloques con otros. El resto de las herramientas utilizadas no difiere mucho de las que se emplean en la carpintería o la albañilería convencionales.

La apertura oficial del festival, el día 5 de enero, es una fiesta. Miles de viajeros acuden a la ciudad para admirar las distintas esculturas monumentales de la plaza Zhaolin, así como los millares de otros trabajos de menor tamaño repartidos por toda la ciudad. Desde el primer día, un jurado especializado se encargará de evaluar las obras y de conceder los numerosos premios que aquí se otorgan. En cualquier caso, la mayoría de los escultores participa en este evento por simple amor al arte. De hecho, durante siglos, los abnegados constructores del hielo se han dedicado a la edificación de palacios de modo absolutamente desinteresado.

Mientras dura la exhibición -hasta mediados de febrero o principios de marzo, de acuerdo con el clima, obviamente-, la población se desvive por mantener en pie su tesoro. Cada día se arreglan los posibles desperfectos, se incorporan bloques nuevos y se limpia y abrillanta con inmaculada devoción hasta el más pequeño recoveco.


Pero el espectáculo más fascinante llega por la noche, cuando la belleza impoluta del hielo se une al resplandor de las luces de neón que emiten cientos y cientos de lámparas convirtiendo la fría ciudad de cristal en un cálido rompecabezas multicolor.

Así iluminadas, las fantásticas obras adornan las calles de Harbin hasta que las autoridades deciden destruirlas, antes de que el irrespetuoso calor las derrita.
Sólo los bustos de Mao Zedong, cuya imagen suele inspirar a un buen número de concursantes, son retirados de la vista del público antes de su deshielo con el fin de que éste se produzca en lugares estrictamente secretos. Es para evitar herir susceptibilidades, claro está.