El Maquillaje

Tal vez el mayor insulto jamás dirigido a una mujer salió de la boca de Marco Valerio contra la lujuriosa Mesalina, allá por el primer siglo antes de nuestra era: “Las tres cuartas partes de sus encantos se hallan en las cajas de su tocador. Cada noche se quita los dientes, así como la ropa. Sus atractivos están en cien potes diversos. Su cara no se acuesta con ella”.

Seguramente el aborrecimiento y despecho del romano estaba justificado dada las libertinas costumbres de la dama. Pero lo que más llama la atención es la evidencia de que, por aquel entonces, ya era habitual recurrir a la cosmética para embellecerse. Porque, señoras y señores, el deseo de agradar, gustar, hechizar, cautivar y deleitarse a uno mismo, como así también al resto de los mortales, no es nada nuevo.

Los hombres y mujeres del Paleolítico adornaban y protegían su piel. Es posible que mezclaran la grasa de los animales con sangre, tierra y polvo mineral para embadurnarse y seducir al sexo opuesto.Los sumerios tienen el honor de inaugurar el uso de la cosmética 5.000 años antes de Cristo. Sobre las ruinas de Ur, el arqueólogo Wooley descubre la tumba de la reina Shub-Ad. Su estancia mortuoria contiene un sinfín de utensilios: polveras en forma de concha, pequeñas agujas cinceladas para delinear los parpados, cajas de malaquita con cremas diversas.Pero sin duda alguna, los datos más documentados proceden del imperio de los faraones. Durante la primera dinastía, en el 3000 a.C., los reyes eran enterrados con todo tipo de posesiones terrenales para que su viaje al Más Allá fuera más agradable. Y como presuponían que en el Más Allá también debían ser coquetos, no podían faltar los objetos relativos a su aseo personal: khol para los ojos y cejas en varios tonos; henna para teñir el pelo, las uñas, las palmas de las manos y las plantas de los pies y frascos de perfumes (cuando Howard Carter, en 1922, abre la tumba de Tutankamón, los testigos aseguraron que los recipientes aún despedían el aroma de las esencias).

Con Cleopatra el maquillaje femenino alcanza todo su esplendor. A juzgar por los descubrimientos, los ojos eran entonces el más importante centro de atención (el parpado inferior se pintaba de verde, mientras que para el superior, las cejas y las pestañas de color negro). Unos rudimentarios conocimientos de marketing hacen intuir a los egipcios que los envases son de vital importancia para la potencial compradora. Resultan pequeñas y encantadoras obras de arte que tallan en marfil y alabastro; y en madera, onyx y Porfirio para las presumidas menos pudientes.

Con las conquistas de Alejandro Magno, el uso de los cosméticos se generaliza en Grecia. Las damas de la alta sociedad helena poseen en su tocador tinturas, pomadas, aceites y pintan sus ojos y labios.Ya en el año 54 a.C., al convertirse Nerón en emperador, hizo que los perfumes y cosméticos adquirieran vital importancia en la metrópoli. El mismo los utilizaba con frecuencia, y su esposa, Popea, proclamaba sus bondades a los 4 vientos (incluso tenía a su disposición un hermoso rebaño de asnos destinados exclusivamente a surtir la leche que empleaba en sus baños).Entre los trucos femeninos más difundidos entre las mujeres romanas estaban, por ejemplo, el fucus (una especie de colorete para alegrar mejillas y labios), psilotrum como depilatorio; harina y manteca para curar espinillas y erupciones cutáneas (granitos); piedra pómez mezclada con orina de niño para blanquear los dientes; y vinagre, arcilla y corteza de encina macerada en limón para endurecer los pechos (digamos que las turgencias a lo Marilyn Monroe o Pamela Anderson siempre han estado de moda).

La barbarie de los germanos horrorizan a los romanos, pero sus abundantes y rubias cabelleras les fascinan. Por aquellos tiempos parece ser que los hombres también las preferían rubias y, ni lentos ni perezosos, se lanzan a la conquista del platino. Pero el exceso de polvos decolorantes hizo que el delicado cabello romano precisara con urgencia cremas acondicionadoras con el fin de recuperar el pelo perdido. De todas formas, no es extraño que estas formulas no prosperaran, y regresara la moda de las pelucas…elaboradas, eso sí, con las cabelleras de los prisioneros germanos.

Los testimonios escritos sobre las formas de exaltar la belleza corporal son muchos. Pero quien se lleva todos los aplausos es Ovidio. Como una especie de Elena Francis, o Paula Begoun de la época, ofrecía a hombres y mujeres innumerables consejos en su obra “Arte de Amar”. A ellas: “Observad un gran cuidado para que vuestros cuerpos no despidan hedor y que vuestras piernas velludas no se ericen de pelos. Si pálida, tiñe tus mejillas en un bermellón purpura. Si tienes el pie deforme, usa siempre calzado blanco. No debe hablar jamás en ayunas y sí tener gran cuidado de ponerse a distancia del hombre que la escucha”. Y a ellos: “No debes preocuparte de alisarte el cabello con tenacillas ni de alisarte la piel con piedra pómez; deja estos ridículos aliños para los afeminados. La sencillez es la mayor elegancia del hombre viril. Preséntate aseado, luzcan tus dientes su esmalte. No lleves largas las uñas, ni sucias; no asomen pelos por las ventanillas de tu nariz y, antes que nada, que tu boca no hieda con fétido olor del macho cabrío”.

En la Edad Media, con la cultura encerrada en los monasterios y conventos, el maquillaje de la mujer se considera pecaminoso. Sólo las brujas experimentan con las hierbas y prueban fórmulas malévolas para resaltar su hermosura…que, en muchas ocasiones, acaba chamuscada en la hoguera.La vuelta a los valores del clasicismo griego y romano propicia el resurgir de la cosmética. Las damas de la corte guardan los preparados en cajas perfumadas o cofres dulces.

Durante los tiempos de Isabel I de Inglaterra, una de las recetas que más se estilaba consistía en tomar un baño muy caliente para provocar la sudoración y, después, limpiar el rostro con vino (una fórmula que arruinó a más de un noble).En 1663 se publica “The Queen´s Closet” (el gabinete o retrete de la reina), un libro que detalla el estado de la perfumería de la época y contiene auténticas curiosidades, como una pomada perfumada inventada por Enrique VI a base de manzanas mezcladas con “grasa de perro joven”.

Al otro lado del canal, los secretos del maquillaje llegan a Francia de la mano de Catalina de Medicis. En el día de su boda con Enrique II, se presenta con la cara hecha un cuadro, o sea, pintada como la de un icono. Catalina había aprendido en Italia el arte de la cosmética y distraía gran parte de su tiempo elaborando ungüentos. Una de sus damas de compañía, y amiga, Catalina Caligai, abre en París el primer instituto de belleza.

Durante el siglo XVIII se afianzan las incipientes industrias de la cosmética y la perfumería. Rojo es el nombre de la moda. Rojo para el día, rojo para la noche, rojo borravino para las damas de la corte, rojo violento para las cortesanas, rojos apagados para las burguesas.
Tanto hombres como mujeres adinerados llevan maquillajes muy elaborados. Las mascaras de polvo de plomo se usaban, más que nada, para esconder las huellas de la viruela, pero más de una beldad fallece intoxicada por las emanaciones del dichoso polvo.

Llegado el romanticismo, la Dama de las Camelias se convierte en el prototipo ideal. Sin necesidad de recurrir a la tuberculosis, las lánguidas beldades blanquean el cutis con un remedio que aun utilizaban muchas de nuestras abuelas: beber vinagre y limón. Con el hígado hecho polvo y frecuentes desmayos- no por amor, sino del apretado corsé que les cortaba la respiración- la máxima “a la belleza por la salud” no es característica de esta época. Para colmo, huyen del sol -poderosa fuente de vitamina D- como del diablo.

A lo largo del primer cuarto del siglo XX la cosmética es ya toda una industria. Coco Channel impone el look tostado al sol y el modesto lápiz de ojos también presta sus servicios durante la Segunda Guerra Mundial. A falta de medias y rezando para que no lloviera, las jóvenes europeas recurren a pintarse una línea en las piernas para simular la costura posterior.

Hoy por hoy, ya nadie pone cara de escuchar sánscrito cuando se mencionan palabras como “radicales libres o liposomas”. Ahora los que claman al cielo son los movimientos ecologistas, organizando campañas contra los cosméticos que utilizan productos de origen animal, algunos en vías de extinción.

La publicidad más vanguardista proclama la vuelta a lo natural, a las plantas…en definitiva, a todo lo que Eva probablemente utilizó para hacerse más atractiva a los ojos de Adán ¿o fue él quien se maquillo primero?.


Adieu!!.

Para seguir leyendo:
-Museo del Perfume
-Objeto Museístico: Revista Vogue
-El Conventillo Charme: Los guantes