El almanaque de Gotha

Erase una vez, una ciudad que durante casi 2 siglos editó lo que sería la Biblia de la aristocracia. Ningún supuesto monarca, conde, duque o marqués sería considerado como tal si no aparecía certificado en las páginas del almanaque de Gotha, que fue al mismo tiempo una fuente fundamental de información histórica…y el antecesor más directo de las actuales páginas periodísticas dedicadas a las noticias sociales.

Este almanaque de las vanidades nació en una reducida corte, en sus comienzos tuvo apenas 20 páginas y terminó con más de 1000, y se convirtió en una especie de enciclopedia de las presunciones terrenas. Su texto no tenía otra finalidad que la de alabar la grandeza, constatar el origen y rememorar a cada cual el lugar al que tenía derecho por mérito sanguíneo. En este paraíso, desde el monarca más ilustre hasta el principito más modesto tenía su lugar.Sitio convalidado, porque el almanaque de Gotha no se equivocó nunca, ni se prestó a complacencias, en ningún momento de su historia llegó a manchar su reputación e integridad. Ante fallo tan inapelable, los excomulgados del Gotha no tenían salvación.

Editado entre 1764 y 1944, ha contenido información irrefutable sobre la nobleza del planeta, y en él aparecen todos los mortales de sangre real. En este diminuto libro está retratada, bajo la forma de nacimientos, matrimonios y defunciones, la genealogía completa de las casas reales y ducales europeas, así como otras familias pertenecientes a la más rancia aristocracia. Después de 1944, muchos editores siguieron publicando otros anuarios nobiliarios y genealógicos, buscando afanosamente reemplazar el irremplazable Gotha.

Pero, ¿en qué momento tuvo su origen este almanaque?. Gotha es una población que tiene, según el censo de 2004, una población de 46.205 habitantes. Perteneció a la Alemania del Este; un centro industrial de relevancia que guarda con orgullo su pasado. Su casco histórico es uno de los más antiguos de la región. Ya en 775 los documentos carolingios hablan de ella sólo como un humilde pueblo de la abadía de Hersfeld. A pesar de constituirse en un importante asentamiento fortificado y de haber florecido como centro textil y agrícola en el Medioevo, no fue hasta el 24 de octubre de 1640 cuando ingresó en la historia por la puerta más ilustre. Desde ese día se convirtió en la residencia oficial de Ernesto I, duque de Sajonia-Coburgo-Gotha y ancestro de las familias reales de toda la Europa actual. Su casa, el Castillo de Friedenstein, era y sigue siendo un enorme caserón de estilo barroco y rococó que domina el maravilloso entorno de las montañas boscosas de Turingia.

Hoy por hoy ya no existe el apellido Sajonia-Coburgo-Gotha en la ciudad, ni siquiera en el país. Pero la aristocracia no ha abandonado del todo este palacio (hace unos cuantos años, creo que algo así como 20, había un guía muy original llamado Pawel Piotrowski, que era un barón de origen polaco, y descendiente de la gran familia Tarnov. Piotrowski era la extraña reminiscencia de un pasado convulso, y príncipe de destino sugestivo, que no pudo conservar más que una sortija como herencia familiar y que se ha convertido en el guardián de ese pretérito fantasmal, que descubre a los visitantes el Castillo de Gotha).A esta población se la llama la ciudad de las abuelas reinas, porque del Ducado Sajonia-Coburgo-Gotha descienden casi todas las grandes casas reinantes: los Kohary de Bulgaria, los Braganza de Portugal y Brasil, las casas reales de Bélgica y Gran Bretaña. A su vez, de estas 4 familias descienden las de Grecia, Italia, Albania, Suecia, Rumania, Yugoslavia, Noruega y Dinamarca.

La historia de las dinastías nobles era un laberinto de alianzas y matrimonios, un rompecabezas sin guía…hasta que apareció el Gotha. Este almanaque fue una fuente de información internacional, para saber quién se casaba con quién y cómo transcurría la vida de las diferentes cabezas, las que ceñían coronas y las nobles. Se convirtió en un verdadero carnet de legitimación. Su reputación llegó a ser tal que dio lugar a un veredicto tajante: “Aquel que no se encuentre en el Gotha no forma parte de la verdadera nobleza”.

La primera edición es de 1764 y sólo contenía la genealogía de los soberanos europeos y de los grandes señores alemanes. Aunque su origen data verdaderamente del año anterior, 1763, cuando Guillermo de Rothberg, uno de los caballeros más distinguidos de Gotha, hizo imprimir un pequeño almanaque (no más de 20 páginas) para el siguiente año (lo curioso es que al Gotha le agregó, además, un calendario astronómico, unas hojas para anotar pérdidas y ganancias en el juego, salidas y llegadas del correo, y un par cositas más. Digamos que un calendario muy completo).
En 1765 sus redactores lo alimentaron con nuevas ramas y lo destinaron “a la utilidad y el esparcimiento (…) para venir en ayuda de las incertidumbres de la memoria”.

Poco a poco, se fueron sumando el resto de las líneas reinantes, las casas ducales y toda la alta aristocracia del momento. El almanaque se enriqueció también con la lista de las órdenes reconocidas por los Estados del mundo entero. En fin, se convirtió en un anuario diplomático y estadístico, un resumen de todos los grandes acontecimientos ocurridos cada año en el planeta. Publicado más tarde en 2 ediciones, una alemana y otra francesa, se distribuyó en todos los rincones del planisferio y tuvo su lugar en las bibliotecas de los grandes de este mundo…y en la del más común de los mortales.
Con el objetivo de divertir a los lectores, comenzaron a aparecer historietas, rumores y datos tan prosaicos como las tarifas de los lechos individuales y dobles de las posadas y la lista de los confiteros más reputados de París (como en cualquier agenda, palm, o netbook de cualquier moderno yuppie, también había una lista de los países del mundo, con su demografía y principales cifras económicas).

Con la Revolución Francesa se agitaron los árboles del Gotha. Muchos de los que situaban sus primeros cromosomas cerca de Carlomagno se vieron arrancados de cuajo, entre los huracanes surgidos de la Bastilla y los Tifones de Napoleón. Durante esos años, el Emperador se dedicó a casar a su familia y allegados con miembros de las cortes europeas (el destino de los príncipes o princesas era decidido en París, sin molestarse en consultar a los interesados. Sólo una taza de porcelana de Sevrés, con el retrato del futuro conyugue, era enviada a cada víctima de las necesidades políticas del Gran Corso. Muy pocos tuvieron el valor de rechazar aquella copa, a veces más envenenada que la de Sócrates).

Ya en 1890 el almanaque adoptó la que sería su forma definitiva. La recopilación de datos y su fiabilidad eran impresionantes.

Durante casi 200 años el pequeño almanaque desplegó su sentencia. Su historia se interrumpió en 1944: tras la Segunda Guerra Mundial, Alemania se partió en 2 y Gotha, ciudad ducal, devino comunista. Los soviéticos no dudaron en embalar los almanaques y archivos. Los tesoros de la biblioteca fueron a parar a la Academia de Ciencias de Leningrado, hasta que en 1956 un acuerdo permitió su retorno al castillo de Friedenstein.

Hoy el pasado, lejos de ser negado, es tratado con respeto, casi con devoción por los responsables de la Biblioteca. El almanaque ya no se edita, pero su sola mención ejerce en el público una fascinación que es a la vez recuerdo y emblema de una grandeza de encanto milenario.

Adieu!!.

Para seguir leyendo:
-Objeto Museístico: El calendario
-Museo del Papel Higiénico
-Objeto Museístico: La huella digital