Museo de la Aspirina

La vida del hombre medio es hoy más fácil, cómoda y segura que la del más poderoso en otro tiempo. ¿Qué importa no ser más rico que otros si el mundo lo es y le proporciona magníficos caminos, ferrocarriles, telégrafos, hoteles, seguridad corporal y aspirina? “La rebelión de las masas”, Ortega y Gasset.

Desde su nacimiento, este elixir curalotodo se ha convertido en el fármaco más conocido y popular del planeta. Ha ganado un premio Nobel, forma parte del Libro Guinness de los Records, ha viajado a la Luna y fue elegido (junto al automóvil, la bombilla, la televisión y el teléfono) como uno de los 5 inventos imprescindibles legados por el siglo XX. Si señoras y señores, la cosa es clara, aquí de la blanca y redonda aspirina se trata.

El hombre siempre ha tratado de encontrar un remedio para todos sus dolores. Aunque la fecha clave fue la de 1897, la historia se remonta a un tiempo anterior, siempre unidas a las propiedades terapéuticas de un árbol, el sauce. Ya en el siglo IV a.C., Hipócrates, considerado el padre de la medicina, recomendaba que se masticaran hojas de sauce para aliviar el dolor, especialmente a las mujeres durante el parto.

En el siglo II, el médico romano Galeno, formado en Grecia, aludía al dolor, la inflamación y la fiebre como 3 situaciones que podían controlarse también con hojas de sauce, que contienen compuestos químicos pertenecientes al grupo de los salicilatos.

Durante la Edad Media y el Renacimiento, diversos textos se refieren a las plantas y cortezas que poseen salicilatos, y a su utilización para curar diversas afecciones. Pero el gran avance en su conocimiento lo realizó, en 1763, el reverendo inglés Edmund Stone, quien comprobó que la corteza del sauce era un poderoso aliado para bajar la fiebre y paliar las molestias producidas por diversas enfermedades agudas. Entre ellas figuraba la malaria, muy extendida durante aquella época en las islas británicas.A partir de ese momento se inició la carrera para hallar el principio activo de la corteza de ese árbol que parecía casi milagroso. En 1828 se aisló una pequeña cantidad de salicilato y, 10 años después, se le dio el nombre de ácido salicílico. Su uso clínico comenzó a extenderse en trastorno como al fiebre reumática aguda, la gota y la poliartritis. Lo malo era que resultaba muy difícil de tolerar, porque tenía un sabor muy desagradable y causaba irritaciones en el estómago y la garganta.

Uno de sus consumidores habituales era el padre de Felix Hoffmann, un joven químico de la compañía alemana Bayer, con sede en Elberfeld. Hoffmann, de 29 años, estudió la bibliografía médica en busca de un derivado del salicilato menos agresivo y lo encontró en el llamado ácido acetilsalicílico, descubierto años antes, pero cuyas propiedades habían pasado desapercibidas. Estudió la forma de sintetizarlo, hasta obtener un polvo blanco de aspecto sedoso y sabor amargo. Primero lo tomó él y luego se lo dio a su padre, quien no tardé en notar un espectacular alivio de sus dolores, sin ninguna de las molestias ocasionadas por el ácido salicílico. El 10 de octubre de 1897, Hoffman describió, en un protocolo de laboratorio, la forma en que había logrado la síntesis del ácido acetilsalicílico (según cuentan las malas lenguas, Walter Sneader, un científico escocés de la Universidad de Strathclyde, en Glasgow, afirma que Hoffmann no fabricó la aspirina para calmar los dolores de su padre sino por las órdenes de su supervisor, el jefe de la sección farmacéutica de Bayer, Adolf Eichengrün. Casi medio siglo más tarde, en 1949, el mismo Eichengrün se lamentó amargamente de que su papel en el descubrimiento de la aspirina hubiera sido relegado casi por completo. Sneader sugiere ahora en el British Medical Journal que la omisión no habría sido ajena al hecho de que a Eichengrün -que era judío- le tocó vivir en la Alemania nazi de Hitler).

La aspirina no salió al mercado hasta 2 años después, en 1899, tras elegir cuidadosamente su denominación. Obviamente, el nombre de su componente era muy complicado y había que buscar otro más accesible. Frente a la costumbre de poner términos químicos, aspirin se formó con la letra “a” de acetil, la sílaba “spir” para indicar la presencia de ácido salicílico y, el sufijo “in” para crear una palabra que se deletreara igual en alemán y en inglés. La “a” final es una concesión a nuestro idioma.


En fin, si quieren conocer el museo de la Aspirina, pueden visitar esta interesante página. Se las recomiendo!!.



Adieu!!.