La Costumbre del Baño

Cuando era niña era más fácil que me secuestraran los extraterrestres a que mi madre me sumergiera en la bañera.

Con el paso de los años fue amainando mi resistencia. Poco a poco dejé de huir despavorida del agua y el jabón. Y tal es así que pasó de ser una tortura china a uno de mis grandes placeres.

Pero, precisamente, no fue el placer lo que indujo a la humanidad a bañarse, sino el miedo. El hombre comprendió que el agua podía llegar a ser peligrosa para su cuerpo y de esta observación supuso que también lo sería para los malos espíritus. El baño fue en un principio, por lo tanto, como una conjura contra los demonios personales, aquellos que causaban daño al cuerpo o al alma.

Antiguamente se pensaba que cuando se limpiaba el cuerpo, el alma se contagiaba de blancura. Los sacerdotes egipcios, por tal motivo, se bañaban 2 veces durante el día y 2 durante la noche; los creyentes también debían hacerlo antes de pisar suelo sagrado. En Grecia sucedía algo parecido, pues cada vez que se quería consultar al oráculo tenían que bañarse cuidadosamente (digamos que se trataba de una relación entre el bienestar físico y espiritual). Posteriormente, los egipcios del nuevo imperio (apróximadamente1550 a.C.) se bañaban para refrescarse y descansar. Y los griegos siguieron su ejemplo, de forma que las clases altas instalaron en sus casas lujosas bañeras.

Roma, en un principio, no conservó los refinados rituales griegos. Con una mentalidad más práctica y menos hedonista, los romanos disponían de un cuarto reducido al lado de la cocina, con un baño pequeño donde se lavaban a diario los pies y los brazos, mientras que el cuerpo entero sólo cada 9 días. Las clases menos favorecidas se conformaban con meterse en el río. Se ha calculado que, en tiempos del esplendor, por la ciudad de Roma fluían más de mil millones de litros diarios de agua. La alta sociedad tenía además salas privadas para baños de vapor y sauna. A las termas acudían a bañarse todos los estratos sociales, del criado al emperador; llegaron a convertirse en el centro de reunión más importante de la ciudad. Las termas eran muy baratas o gratuitas y se construían para plasmar la idea de poder y grandeza del emperador. Una de las más famosas fueron las de Caracalla, con capacidad para 3.000 personas.

Con respecto al medioevo, los médicos prescribían a sus enfermos baños de calor para que sudaran y eliminaran toxinas; esta práctica se popularizó tanto que los baños medievales se convirtieron en una institución (tal es así que un acusado no podía ser entregado a la Justicia hasta que no hubiera finalizado su baño, e incluso, en algunas zonas, había que pagar al prisionero un baño al mes). Hacía mediados del siglo XVI empezó a estar mal visto acudir a estos lugares, ya que los ciudadanos aparentemente respetables los convirtieron en escenarios de sus orgías. En la baja Edad Media se solía ir a los baños a celebrar fiestas y conmemorar acontecimientos. De esta manera, la comida y la bebida entraron a formar parte del rito. Pero la “buena vida” de estos centros no duró demasiado; la peste y la sífilis fueron cerrando sus puertas progresivamente.

El siglo XX redescubrió el baño como un placer al alcance de cualquiera, gracias a las películas de Hollywood y sus fastuosas tinas llenas de burbujas. Las estrellas de los filmes debían vivir en un ambiente parecido al de la ficción y tenían en sus mansiones lujosos cuartos de baño, cuyas fotografías se publicaban en las revistas de actualidad.

En los últimos años estamos asistiendo al renacimiento de los baños en público y comunitarios. Los gimnasios y los institutos de belleza están incorporando cada vez más los baños de sales minerales para activar la circulación (conocidos ahora como “spa”).

En fin, el placer del baño empieza a ser rescatado y nos está devolviendo a las termas de Roma, porque, nos guste o no, nadie pero nadie ha conseguido escapar a su increíble encanto.

Adieu!!.