Objeto Museístico: Los anillos


Adoradora de ellos, mis dedos están plagados de anillos (tengo predilección por los de plata con piedras, especialmente la turquesa china y el onix).
Prácticamente no me los saco nunca, ni siquiera para bañarme y, menos aún, para limpiar los trastos de la cocina.

La costumbre de engalanarnos los dedos debió surgir como respuesta al natural narcisismo humano, en una época en que aún no se contaba con espejos para contemplar como favorecían otros adornos. En el momento preciso en que alguien encontró, por casualidad, alguna pequeña arandela, argolla o guijarro con un orificio central, nació el anillo.


Pequeños por propia definición, los anillos no son por ello aros insignificantes: son círculos mágicos que engarzan con la más remota superstición y un adorno casi tan antiguo como aquellos huesos al estilo de los Picapiedras con los que se ornamentaban las damas cavernas.
Desde hace siglos, el valor material del anillo nunca superó su valor simbólico. Hasta que no adquirió su carácter estrictamente decorativo en la Revolución Francesa, el anillo fue la alianza que vinculaba al hombre con el fascinante mundo de las fuerzas ocultas; arandelas de superchería ante cuyo embrujo ningún pueblo se supo sustraer (como suponían que el dedo era el instrumento del “fluido mágico”, utilizaron el aro como amuleto para protegerlo).
Por su misma forma circular, sin principio ni final, se le atribuyó también otros poderes mágicos. Catalizador de fuerzas sobrenaturales, el anillo prodigaba a su portador la facultad de hacerse invisible o invulnerable.

Cuando la sortija llevaba gemas incrustadas, quedaba elevada al rango de talismán, capaz de manipular el bien y el mal. Así, durante la Edad Media se creía que los anillos de rubí procuraban riquezas, títulos y posesiones a su portador. Que la amatista, por ejemplo, protegía de las borracheras; que el ámbar curaba el dolor de muelas y que el lapislázuli –símbolo de la fecundidad de muchas culturas- sanaba la impotencia. Por su increíble dureza y resistencia al fuego, en el diamante cristalizó el mito de la indestructibilidad, erigiéndose en símbolo de la fidelidad conyugal.

Fueron las parejas del antiguo Egipto faraónico, donde el círculo encarnaba el ciclo de la vida y la eternidad, la continuidad y el eterno retorno, las primeras en utilizar los anillos como garantía de unión permanente y emblema de su destino asociado.

Desde tiempos bien tempranos la primitiva ceremonia nupcial romana incluyó también el rito de los annulus sponsalitius como prenda pública del compromiso adquirido durante el contrato matrimonial. El cristianismo asimismo lo adoptó, generalizándose a partir del siglo V la costumbre que se ha perpetuado hasta nuestros días de sellar con una alianza el vínculo de la pareja.
La mayoría fueron simples aros dorados, pero algunos mostraron formas tan curiosas como aquellos anillos romanos que adosaban la llave de un cofrecillo donde los amantes atesoraban cartas u otros objetos queridos.

Durante el Renacimiento hicieron furor las alianzas que constituían 3 aros engarzados juntos, como aquella con la que Martín Lutero se casó con Catherine Bora en 1525.
Todavía durante el siglo XVII los esposos lucían sus anillos de bodas en el pulgar. Las reglas eclesiásticas, sin embargo, obligaban a colocarlos en el anular durante la ceremonia nupcial. Según otra romántica leyenda, el cuarto dedo era el más adecuado ya que una vena especial lo conectaba directamente al corazón.
A partir de que los venecianos aprendieron a tallar el diamante a finales del siglo XV, muchos eligieron el brillante para casarse conjugando así la simbología del anillo – fidelidad y eternidad- con la indestructibilidad. Otros tantos eligieron el solitario como anillo de compromiso. ¡Cuantas bodas reales, y también del vulgo, se presumieron a la fascinante luz de sus destellos!. María Estuardo fue una de las primeras en recibir un magnífico solitario para su futuro matrimonio con Henry Darnely en el palacio escocés de Holyrood.
Su tocaya María Tudor, en cambio, fue justo el ejemplo contrario. Quizá como represalia a aquel primer compromiso tan temprano, eligió una sencilla alianza de oro para su enlace con Felipe II en 1554.
Por las mismas fechas circularon sortijas con breves leyendas grabadas en el interior de los aros. Algunas veces, mensajes secretos de amor, otras, cariñosos poemas para regalar a los íntimos. Hubo un tiempo en que por extensión, obsequiar anillos fue expresión de afecto y amistad. Su perdida significaba la ruptura o constituía un mal presagio. En la Italia del siglo XVII nació su máximo exponente: la fede mani. Esta era una curiosa sortija que consistía en 2 aros con 2 manos que se fundían al dedo en un abrazo.
De todas formas, no sólo simbolizó el vínculo matrimonial o la amistad, el anillo sirvió también como distintivo y credencial. Sustituto incluso de la firma, los anillos sigilares han estampado en papel, cera o lacre las iniciales, las armas o el escudo familiar, legitimando su identidad en una época en que no existían los carnets ni las credenciales. Hoy en día en algunas universidades estadounidenses los estudiantes llevan sellos con el escudo para avalar su pertenencia.


Muchos se sorprenderán de que un objeto tan minúsculo haya saltado a las páginas de la historia. Pero es que a su simbología y valor intrínseco hay que sumar al anillo otro mérito de incalculables quilates: auténticas obras de arte, muchos se han hecho un lugar entre los más valiosos objetos de museo y colecciones particulares.

Hasta nuestros días han podido llegar así sortijas romanas bellamente labradas, verdaderas alhajas en terracota y cristal; se han hallado anillos bajo cuyo sello se abría un reloj solar o una brújula; hermosísimos solitarios en cuyo interior se escondían discretos depósitos para exquisitos perfumes, pero también mortíferas pócimas para verter sutilmente en la copa del despistado vecino; o guardapelos, para albergar los rizos del amante, incluso sortijas con retratos que hoy son modelo del arte de la miniatura.
En fin, una interminable cosecha de los más increíbles, desopilantes y preciosos diseños para satisfacer a la clientela.



Adieu!!!.

Post dedicado a mi cuñada Magali Agrello, quien hace menos de un mes es portadora de un hermoso anillo de compromiso.