Objeto Museístico: La Silla Eléctrica


Podemos deducir que la palabra electrocución es la combinación de 2 términos: electricidad y ejecución.
Ahora bien, la pregunta que nos podríamos hacer es: ¿cómo se llegó a unir la electricidad y la pena de muerte?. La clave para responder a dicha pregunta está en 3 inventores, un gran negocio millonario, un obrero que se electrocutó con un generador eléctrico y un dentista asombrado por el terrible espectáculo.
Thomas Edison bien pudo haberse contentado con el invento del fonógrafo y con el de la lamparita eléctrica con filamento de carbono, pero no fue así.


El ingeniero, industrial y también inventor George Westinghouse pudo haberse conformado con la fortuna que logró gracias al freno de aire comprimido para los ferrocarriles o con su sistema de tuberías para conducir gas natural en condiciones seguras a las casas (o sea, inventó el medidor de gas). Pero tampoco fue así. Ambos querían más.

Edison quería dotar de corriente eléctrica continua, de baja tensión y conducida por cables subterráneos a las distintas ciudades de EE.UU. Westinghouse, era partidario de la corriente alterna de alta tensión y conducida por cables aéreos, sistema inventado por el ingeniero Tesla quién anteriormente había trabajado con Edison pero debido a un “malentendido” con él no tuvo otra opción que renunciar (Edison le había prometido que si perfeccionaba sus motores de corriente continua le pagaría cincuenta mil dólares. El serbio prefería la corriente alterna, pero se puso a trabajar, sin parar, de 10 a 5 de la mañana. Cuando logró su cometido y se presentó a cobrar, Edison le contestó que “cuando llegara a ser un norteamericano cabal, estaría en condiciones de apreciar una buena broma yanqui”).
Lo que podemos observar es que lo que estaba en juego, en realidad, era nada menos que el tendido de suministro eléctrico de las grandes ciudades de EEUU (esto desencadenaría en lo que se conoció con el nombre de “la guerra de las corrientes”).


Bueno, esta historia continúa con un dentista llamado Albert Southwick. Este buen hombre iba caminando, en 1881, por la ciudad de Buffalo, Nueva York, cuando de repente vio a un obrero tocar las terminales de un generador eléctrico. El pobre trabajador terminó, completa e instantáneamente, carbonizado.
Totalmente sorprendido y shockeado por tal terrible escena, el dentista le comentó lo sucedido a un amigo, el senador David McMillan, que este a su vez se lo contó al gobernador de Nueva York, David B. Hill que, casualidad o no, justo estaba pensando en un método distinto al de la horca como forma de ejecución.


El senador Hill le pidió entonces a la Legislatura que tu viera en cuenta la electricidad para reemplazar a la horca.
Cuando Edison se entera de este episodio le saco un gran provecho a la situación ya que, primero, el generador que había tocado el obrero era de los usados por la firma Westinghouse, y segundo, y mucho mejor aún, el pobre obrero trabajaba para Westinghouse.
Edison, más rápido que volando, comenzó a divulgar que, obviamente, la corriente de su contrincante era muy peligrosa. ¿Acaso alguien querría utilizar en su hogar la misma electricidad que había calcinado a un trabajador? Claro que no. La electricidad que debía llegar a los hogares de miles y miles de estadounidenses debía ser más segura, confiable, como la de él.


Es en este momento cuando Harold P. Brown (electricista e ingeniero) entra en escena. Harold inventó un aparato en forma de silla y hasta lo patentó.
Algunos decían que Edison conoció a Brown de casualidad, al leer en el New York Post una carta de Brown en la que describía la muerte de un chico que había tocado cables eléctricos con corriente alterna. Otros afirmaban lo contrario: que Brown trabajaba en el equipo de A.E. Kenelly, jefe de investigadores del laboratorio que E dison tenía en Nueva Jersey.
El tema es que Brown fue de ciudad en ciudad, armando un pequeño show en la calle principal de los pueblos y hacía lo siguiente: amarraba a la silla a un gato y le aplicaba la corriente alterna de Westinghouse (Brown carbonizó perros, caballos, conejos, vacas y hasta un orangután, éste último en la ciudad de Albany).
Edison respaldó esos experimentos y comenzó a realizar los suyos. Sus conclusiones fueron claras: la corriente de Westinghouse mataba, la de él, a lo sumo, daba alguna “pataleta” pero, desde ya, era inofensiva.
Los diarios estaban encantados con esta pelea y, sobre todo, con las demostraciones de Edison y de Brown.
Debido a esto, en 1888, el gobernador de Nueva York firmó el decreto que establecía la silla eléctrica como método legal de ejecución de criminales, eligiendo para dicho fin la corriente alterna. Totalmente enfurecido, Westinghouse se negó a prestar sus aparatos para matar criminales.
En marzo de1889, Brown mantuvo una reunión con Austin Lathorpo, superintendente de cárceles de Nueva York para arreglar la instalación de generadores Westinghouse AC (corriente alterna) para las sillas. Ante la negativa de Westinghouse de vender sus generadores a las prisiones, Edison y Brown compraron, mediante intermediarios, 3 aparatos a 8000 dólares.
La primera ejecución en la silla fue la del francés, nacional izado estadounidense, Ernest Chapeleau, en la prisión de Sing Sing en Nueva York. Lo que ocurrió en medio de la ejecución no se sabe con certeza, pero lo seguro es que una falla hizo que Chapeleau saliera de la sala con terribles quemaduras y lo que es peor aún, todavía vivo. Como su sentencia era ser ejecutado en la silla eléctrica, no insistieron pues no decía “ejecutado hasta morir”.


William Kemmler fue el segundo. Era un verdulero alemán sentenciado por matar a hachazos a su novia Matilda Tille Ziegler, por, según él, celos.
Kemmler apeló alegando que la electrocución en la silla era inconstitucional por tratarse de un método cruel e inusual (casualmente, o no, fue el mismo argumento utilizado en 1972 por la Corte de los Estados Unidos para abolir la pena de muerte, al menos por un tiempo). En 1890 la Corte quería estar a la altura de los avances tecnológicos y rechazó la apelación. A Kemmler se le informó que sería ejecutado a las 6 del 6 de agosto de 1890. Al despertar se vistió con un traje que habían escogido para él y caminó lentamente hacia la muerte. Cuando le preguntaron si tenía algo que decir dijo lo siguiente: “Bien, caballeros, les deseo a todos buena suerte en este mundo. Pienso que voy a un buen lugar y recuerden que los papeles han estado diciendo muchas cosas que no han sido ciertas”.
En otro cuarto, el generador Westinghouse aumentaba el voltaje. Edwin Davis accionó el interruptor que permitió a la corriente fluir directamente hacia la silla. La electricidad corrió por el cuerpo de William Kemmler por 17 segundos. Se retorció contra las correas y su rostro se volvió de un rojo muy brillante. Cuando el médico fue a examinar al verdulero, este gritó: “¡Esta vivo!”, “La corriente, pronto!”.
El generador estaba apagado y pasó algún tiempo hasta alcanzar el voltaje otra vez. Mientras tanto, Kemmler gemía y se lamentaba. Los testigos estaban horrorizados. Cuándo el generador alcanzó 1.030 voltios la corriente se conectó otra vez a la silla. Esta vez se mantuvo algo más de un minuto.
El humo y un fuerte olor inundaron toda la sala. Cuándo la corriente fue retirada, Kemmler estaba ya sin vida. Westinghouse, más enfadado que nunca porque ya se empezaba a decir que los electrocutados eran en realidad “Westinghauseados”, comentó: “Lo hubieran podido haber hecho mejor con un hacha”.


Edison lo había logrado... su archi-enemigo Westinghouse era sinónimo de horror y de muerte. Paradógicamente, el "éxito" de Thomas fue momentáneo. Así como la silla eléctrica funcionó con corriente alterna, la industria de la electricidad eligió también la misma, la de Westinghouse, como sistema estándar de electricidad, pues esta corriente era “la más segura y confiable para todos los hogares estadounidenses”.

Adieu!